Cuando toca cargar con la expectativa paterna…
A menudo me piden que describa la experiencia de ser autista y saber que no cumplo con las expectativas de mis padres… Bueno, en realidad jamás me lo preguntaron, porque a nadie le interesa. Así que, ya que el texto «Bienvenidos a Holanda» (el cual relata la decepción de no tener al hijo soñado) moviliza a muchos padres, aquí les va esta experiencia no solicitada.
Cuando naces no eliges a tus padres: toca lo que toca. Pero, si pudieras, elegirías unos para quienes seas lo que estaban esperando. No importa si son rubios, bajos, autistas o tienen cuatro pezones: que te quieran, y ya.
Supongamos que es como planear un viaje a Noruega: allí estás, con la expectativa de vivir en una sociedad con valores de igualdad y equidad, experimentar la aurora boreal y ver los zorritos… porque, ¿a quién no le gustan esos simpáticos amiguitos?
Pero no. Cuestión es que compraste pasajes con destino incierto, y creíste que, de todas las posibilidades del mundo, podrías elegir con el poder del deseo en cuál caer. Seguro te leíste «La ley de atracción», te subiste a un avión y, cuando te diste cuenta que el universo no te llevaba a donde querías llegar, le reclamaste a la pobre azafata cuando anunció: «Bienvenidos a Chernobyl».
Ah, pero no me vengan a reclamar que en el otro texto programaban un viaje lindo y terminarían en otro lugar no deseado, pero con su propia belleza. Aquí no nos andaremos con eufemismos: si solo aceptábamos un destino, y pasados los años nos sigue doliendo no haber llegado ahí, es porque el lugar donde terminamos nos parece bien feo, pero nos debemos conformar con ello. Y vamos que nadie sueña con tener unos padres que te vean y piensen: «Este modelo me gusta, ¿pero no lo tiene en menos autista?».
Entonces sí, terminas en Chernobyl, y a llorar a la iglesia. Pero, con el tiempo, como no puedes salir de ahí, desarrollas una especie de síndrome de Estocolmo, en donde encuentras la belleza de lo que a la vez rechazas. Ves a tu alrededor, y te asombras de cómo el ser humano se siente con la facultad de alterar la naturaleza. Es algo casi mágico, y ahí te preguntás: ¿quién quiere un zorrito, pudiendo tener un Bamby de seis patas?
Así que ahí, en el paraíso de la toxicidad, descubres tu capacidad para desarrollar métodos de adaptación al entorno, mientras pensativo te rascas las dos narices.
Emocionante, ¿no? ¿Se te llenaron los ojos de lágrimas?
Soy realista, y sé no hay probabilidades de que este texto te haya sensibilizado… Seguro que hasta te indignaste. Porque, si vamos a decir que nuestra familia es una auténtica decepción, al menos hay que tener el decoro de expresarlo con palabras tiernas y edulcoradas.
Bueno, lo que relata este texto es prácticamente lo mismo que el que escribió la madre de un niño autista, solo que dicho a calzón quitado y, lo más desconcertante, que ahora son los neurotípicos los que son cuestionados. Pero, tranquilos, que solo estoy apuntando a la actitud negativa que tomaron, no a sus características biológicas.
Sé que tener un hijo con alguna condición da mucho más trabajo (si incluso muchos autistas adultos somos padres de niños autistas), y no les pido que deseen tener ese trabajo extra. Pero, si decides ser padre, debes hacerlo responsablemente, sabiendo que no tienes ninguna certeza de cómo será tu hijo, así que debes estar preparado para todo. Y, si tuviste un momento de debilidad y le cargaste a tu hijo sobre sus hombros la responsabilidad de ser de determinada manera, no te instales. Estás comprando pasajes con destino incierto, tal vez termines en el Sheraton o tal vez te toque sacar un kit de supervivencia en el medio del Amazonas.
Aprende lo que tengas que aprender y cánsate todo lo que amerite la situación. Pero, por favor, no cargues a tu hijo con el enorme peso de no haber sido tu hijo deseado.
𝗧𝗲𝘅𝘁𝗼: Insurgencia Autista ONG (organización conformada por adultos autistas).