Empatía en el autismo

¿Cuántas veces leíste eso de que «los niños con autismo no tienen empatía»? Bueno, primero que nada, empecemos por decir que nadie nace con empatía, o al menos, nadie nace con la empatía desarrollada. Imagínense decirle a un bebé de meses «ya deja de llorar por un rato, que estoy muy cansada y no es éste el mejor momento para tenerte en brazos. Ponte en mi lugar por un segundo». Reconozco que puedo imaginar a alguna madre diciendo eso, pero definitivamente no puedo imaginarme a un bebé haciéndole el más mínimo caso.

Empatía: Dícese de la capacidad de sentir lo que otra persona siente (y obrar en consecuencia)

La empatía es un talento que se va adquiriendo con el tiempo. Lo que ocurre con la gente dentro del espectro autista es que, al tener menos teoría de la mente y más dificultades a la hora de interpretar el lenguaje no verbal, ese proceso no se da de la misma manera que en la población neurotípica. Por lo tanto, en vez de sentir casi como un sexto sentido qué le pasa al otro, debemos racionalizar eso mismo. Pero esta supuesta dificultad tiene enormes ventajas, por más extraño que pueda sonar.

El hecho de no tenerla tan fácil, de que a veces nos confundan muchas actitudes, hace que pongamos en práctica nuestras innatas dotes de observación -somos excelentes observadores- y que podamos comprender con mucha profundidad qué le pasa al otro, por qué le pasa y qué podría llegar a necesitar para sentirse mejor. Al no ser un proceso que damos por sentado, nos esforzamos por comprender al otro de una forma que, quien ya presupone que eso simplemente «ocurre» y punto, jamás podría llegar a imaginar.

El hecho de dar por sentado que la empatía es un proceso natural muchas veces hace que la población neurotípica termine por tener tanta fe en que «lo está haciendo bien» que descuide muchos, pero muchos pequeños detalles que terminan por hacer toda la diferencia.

Quiero ponerme a analizar algunas situaciones comunes y diferenciar entre la «empatía standard» y la «empatía racional» que nos caracteriza. Vamos a imaginar dos posibles interlocutores; I1 (con empatía típica) e I2, con empatía racional.

Caso A: Supongamos que un ser querido ese pasando por un mal momento económico. Se ha quedado sin trabajo y su alquiler está a punto de vencer. También supongamos que los interlocutores no tienen medios económicos como para ayudarlo.
I1: Se lamenta junto a su ser querido. Se dedica a decirle que sí, que económicamente el panorama está complicado, que él también lo sufre, aunque por ahora en menor medida. Le presta su oído para escuchar sus problemas y lo invita a tomar algo para distraerse un poco.
I2 :También le presta su oído y le dice que sí, que realmente es un gran problema el que está teniendo. Se va a su casa, pero no puede dejar de pensar en la situación de su ser querido. Tres días después lo llama y le propone alguna idea concreta para salir de esa situación, ya sea habiendo investigado tipos de préstamos, tasas de interés de cada uno…, o habiéndosele ocurrido algún tipo de emprendimiento que pueda sacarlo a flote, etc.
Probablemente I2 haya sido mucho menos contenedor en el momento, pero su concepto de empatizar es pensar «¿qué haría yo si estuviese en esa situación?». A veces, esa concepción, a la larga es mucho más útil que «¿Cómo me sentiría yo?».

Caso B: Un desconocido se cae por la calle. Aparentemente es una mala caída y puede que se haya fracturado.
I1: Se agacha, le pregunta cómo está, llama a una ambulancia y se queda junto a la persona hasta que ve que es atendido.
I2: Ve que ya se ha acercado alguien, que están llamando a una ambulancia y, al ver que está todo bajo control, sigue su camino. Si no hubiese nadie, probablemente llamaría él mismo por atención médica y se quedaría controlando la progresión de los síntomas hasta que el herido sea atendido.
Acá, como puede verse, definitivamente I1 es más contenedor, y el nivel de eficacia es prácticamente el mismo. Este tipo de situaciones son las que nos hacen ver como «faltos de empatía», pero es que en realidad es que nuestra forma de empatizar está orientada a resolver la situación que está generando un problema en otro. No es, técnicamente hablando, una falta, sino una orientación distinta.

Caso C: Un hijo nuestro se saca una mala nota en un examen y se siente pésimo.
I1: Intenta contener al niño, aunque le dice «yo te dije que si no estudiabas esto iba a pasar».
I2: Contiene al niño recordando todas la veces qué mismo falló, le dice que estadísticamente si falló una vez en un examen tiene muchas más probabilidades de rendirlo bien en el segundo intento, ya que es factible que ahora sepa qué se espera de él.
Acá, como se puede ver, la empatía racional es mucho más contenedora, porque no se enfoca en el pasado, sino en la resolución de situaciones a futuro.

Conclusión: no es que tengamos menos empatía, sino que tardamos más en desarrollarla, porque para nosotros requiere de un esfuerzo intelectual, y para realizar este esfuerzo debemos desarrollar otras áreas antes. Una vez desarrollada, es bastante funcional, si bien muchas veces encaramos los problemas de una manera distinta a lo habitual. Eso no quiere decir que sea una empatía de menor calidad, ni menos efectiva. Es, simplemente, distinta.

Autora: Constanza Pozzati, integrante de Insurgencia Autista ONG, organización conformada por adultos autistas.

Etiquetas: