Una de los mayores argumentos para medicar chicos y adolescentes dentro del espectro autista suele ser el de evitar las autolesiones, pero ¿qué son las autolesiones y por qué algunos autistas nos autolesionamos?
Ante todo, las autolesiones no son un problema en sí mismo, independiente, sino que siempre son un síntoma o indicativo de algo que está sucediendo. Por lo tanto, intentar que una persona no se autolesione es algo completamente inútil si no se conoce la causa subyacente. Sería una total pérdida de energía y lo único que se conseguiría es generar culpa en la persona que tiene esta conducta.
Es un tema muy amplio y, como casi todo lo que escribo, tengo intención de contar mi propia experiencia, pero antes de eso, quiero hacer una breve clasificación y ordenamiento de datos acerca de las autolesiones —o autoagresiones—.
Las autolesiones más comunes son: cutting (cortarse con elementos filosos), tallado corporal (autoinfligirse marcas cutáneas mediante punzones o similares), quemaduras, autogolpearse, quitarse costras de heridas previas, tirarse o arrancarse el cabello, morderse e ingerir elementos cortantes. Con una amplia diferencia, el cuttinges la práctica más habitual (alrededor del 72% de autolesiones son de este tipo). En el caso del autismo, sin embargo, el golpearse a sí mismo es una práctica casi tan común como el cortarse, y ya explicaré por qué.
Dentro de la totalidad de las personas que se autolesionan, la mayoría son adolescentes y mujeres. Las sensaciones que se obtienen a través de las autolesiones son muy variadas pero las más destacables son: hiperfocalización en la actividad, liberación inmediata de endorfinas, reducción de la tensión y alivio del estrés. Contado así, parece incluso una actividad positiva, ¿no?
El problema con las autolesiones, sin embargo, es evidente: el necesitar generar endorfinas de esa manera, en general, es porque estamos bajo un sufrimiento mental bastante importante. El estigma que implica autolesionarse está muy relacionado con la idea de que es una actividad que roza con el suicidio, pero en la enorme mayoría de los casos no es así. La mayoría de las personas que se autolesionan no lo hacen buscando morir, sino que buscan las sensaciones que mencioné previamente. Pueden ocurrir suicidios involuntarios con estas actividades, y es por eso que suelen relacionarse. Es, evidentemente, una actividad que conlleva un riesgo y, como tal, debe tratarse, pero el quid de la cuestión es que el tratamiento no debería ser el mismo que para una persona con ideas suicidas.
En el caso de algunas personas dentro del espectro autista hay que aclarar que a veces se producen golpes para aumentar la conciencia de la posición del cuerpo en un determinado espacio, debido a un déficit del sentido propioceptivo. Asimismo, son más comunes dentro de esta población los pellizcos, el rascarse, etc. En otras ocasiones, funcionan como un llamado de atención para alertar que algo está doliendo aún más que los golpes, como puede ser una infección de oídos, una muela con una caries, etc. Al haber un déficit en la comunicación, la autolesión puede convertirse en una herramienta, como una válvula de escape, para pedir ayuda.
En la población general y en algunos autistas, sin embargo, las autolesiones suelen funcionar a modo de tapadera de otros dolores —en su mayoría psicológicos, aunque también se puede dar como reacción al dolor físico—. Una mala gestión del estrés o de la ansiedad, pueden dar pie a este tipo de conducta. Ya sea en reacción a un exceso de ansiedad, a la presencia de una depresión o al sufrimiento que sea, la autolesión funciona para mitigar esos dolores. Otras veces esta actividad surge como respuesta a la sensación de despersonalización, al sentir que no sientes nada.
Ahora sí, me meto en terreno más personal y contaré un poco mi experiencia, para ver si detrás de conductas que pueden parecer extrañas y desafiantes, logramos ver que hay historias atrás, protagonizadas por personas que, en la gran mayoría de los casos, no son dementes sino que, simplemente, están sufriendo.
Cuando mi hija tenía 6 meses, empezó a golpearse la cabeza contra el piso. En mi familia se preocuparon mucho, porque no entendían qué podía llegar a sucederle ¿por qué un bebé haría rebotar, deliberadamente, su cabeza contra el piso, al punto de llegar a tener un chichón casi permanente en la frente? Lo dejó de hacer al cumplir un año. No era la única conducta llamativa de mi hija y, finalmente, a los 6 años la diagnosticaron con TEA. ¿Qué buscaba mi hija al hacer eso? No lo sé. Es probable que nunca lo sepa (de hecho, ella no se acuerda). Muy probablemente, haya sido una búsqueda de apaciguar algún estímulo sensorial que le molestaba, pero eso es solamente una hipótesis.
Sí puedo hablar de mí misma y analizar un poco qué hacía yo y qué sentía al hacerlo. Empecé a cortarme brazos y muslos a los 17 años, en general con una hojita de afeitar. En aquel momento iba por mi segundo año de medicación psiquiátrica mal administrada, ya que me habían medicado con muchas drogas que no hubiesen correspondido de haber tenido en aquel momento un diagnóstico certero. Por aquel entonces, estaba diagnosticada como psicótica. La medicación generaba en mí una sensación muy molesta de adormecimiento. Soy una persona que siempre ha exigido su cerebro al máximo posible. Me gusta leer, pensar, crear, estudiar… Pero la medicación me dejaba, como mucho, pensar a medias. Entré en un estado depresivo, el cual me llevó a la sensación conocida como despersonalización (el sentir que no estás ligado a la realidad, como si vieras la vida pasar, como si fuera una película de la cual no formas parte). Esta sensación es exasperante. Empecé a cortarme y empecé a sentir algo. Al menos, sentía dolor, y el dolor me generaba alivio.
Por otro lado, el hecho de ver correr mi propia sangre sobre la piel, también me daba la pauta de que estaba viva. Obviamente, sabía que estaba viva, pero también es cierto que necesitaba recordármelo. Como siempre fui una persona optimista —incluso en esos momentos de mi vida, bastante aciagos— también sentía que debía ser consciente para no lastimarme más de la cuenta. No quería morirme, pero necesitaba sentir… algo, lo que sea. Sentir algo.
¿Logré algo autolesionándome? Pues, claro que sí. Logré convertirme en una adicta al subidón de endorfinas. Abandonar el hábito de cortarme me llevó mucho tiempo. Al menos tres años en los que sentía como una lucha el no deber hacerlo. Me impuse dejarlo luego de haber pasado por una internación psiquiátrica en la que me acusaban de haberme querido suicidar. Nunca quise suicidarme. Por eso recalco que es de vital importancia entender que es muy poco habitual que haya pensamientos suicidas en las personas que se autolesionan. Si no se ataca la verdadera causa, ¿cómo podría erradicarse esa conducta? Mi causa, como expliqué, era la depresión y sus síntomas, junto a la medicación equivocada. Puede haber muchas otras, pero el intento de suicidio es otra cosa completamente distinta.
Los momentos que destinaba a cortarme, en general, eran de tinte casi ritual, de la misma forma que el heroinómano prepara la jeringa o el cocainómano agarra el espejito, lo limpia, y se dispone a consumar su vicio. Era un momento íntimo y reconfortante, donde volvía a sentir que la vida pasaba dentro de mí, que mi concentración funcionaba, que mi cerebro estaba a mil por hora. Hoy puedo encontrar esas mismas sensaciones en actividades menos agresivas hacia mi propio organismo, por lo que hace más de una década que no toco una Gillette. Sin embargo, mi sed de sentir sigue estando presente, pero la canalizo en la investigación de intereses o en estudio.
Por otro lado, no estoy deprimida, ni medicada. Si dejé de cortarme fue porque los detonantes para que empezara a hacerlo se fueron diluyendo y porque mi tendencia a tener que sentirme presente fueron siendo canalizados en actividades socialmente más aceptadas y físicamente menos riesgosas. Por eso, vuelvo a repetir por tercera vez: hay que atacar las causas y no la actividad en sí misma. Quien se autolesiona, lo hace por algo. Siempre hay un algo. Puede ser claro, como era mi caso, o mucho menos comprensible, como en el caso de mi hija, pero siempre hay una razón. Esa razón, prácticamente nunca es la idea de suicidio ni el delirio mental. De hecho, se necesita bastante control para poder determinar hasta donde es seguro cortar, o cuán fuerte es prudente golpearse.
Si le sacamos de encima el estigma a las autolesiones, quizás podamos empezar a ser más certeros en poder aliviar los problemas subyacentes.
Autora: Constanza Pozzati, integrante de Insurgencia Autista ONG, organización conformada por adultos autistas.