A las personas autistas se nos adjudica el no saber seguir los códigos implícitos que trae el tener una figura de autoridad y, por lo tanto, no respetarla.
Pero ¿esto ocurre realmente? ¿es nuestra actitud una falta de respeto? Para responder a estas preguntas primero deberíamos revisar si las prácticas que implican este tipo de relaciones son realmente justas.
Las personas autistas solemos analizar cada situación en particular y no adoptar formas de actuar solo por que es lo socialmente acostumbrado. Esto nos lleva, en muchas ocasiones, a no actuar de la forma esperada, lo cual no significa que nuestras acciones estén mal.
Por ejemplo, no es extraño que tanto un jefe en un trabajo como un maestro en la escuela adopten actitudes que podrían considerarse injustas e incluso como una falta de respeto, pero que no se cuestionan solo por ser figuras de autoridad. Pero las personas autistas podemos ser realmente críticos de las injusticias y, con toda nuestra falta de filtro (¿es falta de filtro de nuestra parte o es dificultad para manifestarse del resto?), señalar de forma crítica la actitud de esa figura de autoridad.
Donde el común de la gente piensa: «Es mi superior, no puedo cuestionar su conducta», la persona autista podría pensar: «Me está faltando el respeto (o se lo falta a otro), lo cual es inaceptable».
Entonces, no es falta de respeto, en realidad, es solo no seguir el protocolo social de no cuestionar la autoridad. Desde nuestra perspectiva, podemos tener prioridades diferentes al resto de la sociedad, y preferir el respeto a las personas que el silencio ante la injusticia.
Por esta razón, pueden darse diversas situaciones en las que cuestionemos la autoridad o incluso no la reconozcamos, y a veces sin darnos cuenta.
Que nuestra nuestra frontalidad sea una invitación para replantearse los valores éticos que implica cada acción, tanto de quienes están en una posición de subordinación, como quienes están en situación de poder.
Texto: Insurgencia Autista ONG, organización conformada por adultos autistas.